miércoles, 29 de septiembre de 2010

El gran traductor del latín: Jerónimo de Estridón


Quién de nosotros no escuchó algunas referencias sobre la patrística, la historia de la iglesia primitiva o sobre los primeros padres de la Iglesia. Si fue así, precisamente, encontramos en dicho estudio a los cuatro griegos como San Atanasio el Grande, San Basilio de Cesarea, San Gregorio Nacianceno y San Juan Crisóstomo, como también a los cuatro padres latinos, como lo son San Agustín de Hipona, San Ambrosio de Milán, San Gregorio Magno y San Jerónimo de Estridón. Precisamente, fue este último, quien iba a pasar a la historia por ser el primer hombre que tradujo la Biblia del hebreo y griego al latín. No por nada lo conocían como el Príncipe de los traductores y el exegeta de los Padres occidentales.

Apreciamos en el cuadro del pintor alemán Dürer a San Jerónimo con su aureola, pero se encuentra retirado en Belén con un león recostado a sus pies, pues según algunos historiadores, este león había sido curado por Jerónimo. También se aprecia en la pintura un rayo de luz que penetra por una estrecha rendija, la cual denota un ambiente de paz espiritual e intensa actividad intelectual. Lastimosamente, su vida fue más sufrida y de constante lucha a diferencia de lo que nos muestra la pintura. Estudiémoslo.

Su verdadero nombre fue EUSEBIO SOFRONISCO HIERÓNIMO, en griego se escribe Εuσέβιος Σωφρόνιος Iερώνυμος y en latín Eusebius Sophronius Hieronymus, cuyo nombre significa el que tiene un nombre sagrado y conocido por la Iglesia Católica como San Jerónimo.

Este canonizado personaje nació en Estridón –situado en la frontera de Dalmacia (actualmente Croacia) y Panonia (Hungría)– en el año 340 (otros autores afirman que nació el año 347). Pero la pregunta que nos hacemos los estudiosos del latín es: ¿Cómo llegó a estudiar y aprender el latín de una manera tan clara, coherente y concisa?

Aunque no les parezca cierto, la respuesta no lo encontré en los libros de historia, sino en algunos textos teológicos y más en libros de filología y gramática latina, los cuales tratan sobre la historia del latín. De acuerdo a las palabras de Spinoza «Toda buena investigación, como todo buen objeto de estudio merece ser aprendido y compartido». Me remitiré en unas cuantas líneas para explicar la importancia, trascendencia y aporte latino que tuvo Jerónimo para el mundo.

Eusebio Hierónimo (Jerónimo) fue un gran estudioso del latín. Cursó sus estudios en Roma con uno de los mejores profesores la época, el gramático DONATO, solo que él era pagano. A pesar de ello, el estudio del latín le resultó de fácil aprendizaje siguiendo las enseñanzas de Donato, puesto que Jerónimo había aprendido bien, en primer lugar, el griego. Además acostumbraba a pasar horas, días leyendo y aprendiendo de memoria a los grandes autores latinos, tales como Cicerón, Virgilio, Horacio y Tácito; y a los autores griegos Homero y Platón. De todos ellos, tomó como maestro a Cicerón por su estilo elocuente y cincelado. Por otra parte, casi nunca dedicaba tiempo a la lectura espiritual. Y por increíble que parezca, era muy poco conocedor de las sagradas escrituras y de los textos sacramentales, espirituales o religiosos.

Mientras estuvo en Roma, entre los años 359-366, llevó una vida frívola y disipada, que posteriormente le produjo turbaciones de conciencia y tentaciones, las cuales combatió con ásperas penitencias y fue ahí donde empezó iniciarse al estudio de las Sagradas Escrituras. De ese modo y poco a poco se interesó por el estudio de la Biblia, pero desde un aspecto gramatical y para lograrlo decidió aprender arameo/hebreo (para leer el antiguo testamento), pues como buen conocedor del griego, no encontró dificultad alguna para leer el nuevo testamento. Y durante su primera estancia en Roma, recibió el Sacramento del Bautismo, junto con su compañero de estudios, Bonosa.

Fue así que Jerónimo empezó a darse cuenta que dominaba el latín con fluidez e incluso asumió que era mejor que todos los latinistas a los cuales él había leído y empezó a crecer su soberbia, su ego, lo cual era muy fuerte como su mal genio, pues se había vuelto muy orgulloso.

Posteriormente marchó a la ciudad Imperial de Tréveris, en la Galia (actualmente en Alemania), hacia el año 367. En esta época, experimentó una primera conversión: empezó a interesarse por los escritos de Teología, pues muy aparte de la Biblia, comenzó a leer otros escritos eclesiásticos en idioma hebreo, griego y latín. Dedicó sus ratos libres a copiar obras de Hilario de Poltiers e intensificó su vida de piedad.

Volvió, hacia el año 370, a su patria, en compañía de Bonoso. Decidió juntarse con el Obispo Valeriano y con sus antiguos compañeros de estudio como Rufino, Cromacio y Heliodoro, quienes formaron una especie de cenáculo de ascetas que imitaban a los eremitas de Oriente y contaban historias edificantes, pero siempre colocaban en alto las Sagradas Escrituras. Por su parte, Jerónimo empezó a darse cuenta que no se sentía a gusto en grupo.

Aquellas convivencias terminaron en controversias, a causa del carácter polémico y especial de Jerónimo y acabaron disolviéndose. Fue así como en una noche tuvo un sueño muy extraño que le reveló una misión. Cuentan los historiadores, que al día siguiente de ese sueño, Jerónimo decidió marcharse al desierto de Calcis (ciudad Siria) y hacer una penitencia por sus pecados, entre ellos la fuerte sensualidad (deseos carnales), su terrible mal genio y su soberbia durante los años 375-377. Aunque rezaba mucho, ayunaba y pasaba noches sin dormir, no consiguió la paz, a menudo se preguntaba cómo hizo Heráclito para vivir en soledad sin ser afectado, o como hizo Zarathustra para irse a vivir diez años en soledad al desierto e incluso el mismo Buda. Pensó que a lo mejor algunos hombres nacen para vivir aislados y otros para vivir solos, descubriendo así, que su misión no era vivir en soledad aislada, sino en soledad, social.

Cuando regresó a la ciudad, los obispos de Italia junto con el papa nombraron como secretario a San Ambrosio, pero para su mala suerte, este cayó enfermo y al no tener un reemplazante inmediato, nombraron a Jerónimo, quien aceptó el cargo y lo desempeñó con mucha eficiencia. El papa Damaso I, observó que Jerónimo tenía una notable inteligencia, amplios conocimientos y sobre todo escribía/leía/interpretaba y traducía muy bien el latín, entonces decidió nombrarlo como su secretario, oficio en el cual se encargaba de redactar las cartas que enviaba a distintos obispos, pues fue en una de esas correspondencias que, el entonces joven Obispo africano Agustín de Hipona, escribió una carta a Jerónimo solicitándole algunos alcances sobre la labor de traductor y algunos apuntes para complementar sus estudios de latín, ante dicha petición, Jerónimo le respondió la carta y le envió cierto material gramático-latino. Percatándose lo bueno que Jerónimo era para el latín, el papa Damaso I le designó trabajar la traducción de la Biblia.

Jerónimo asumió dicha responsabilidad sin saber que sería la labor más importante de su vida y el ser recordado como el primer traductor de la Biblia hebrea/griega al latín. Para efectuar dicha labor, solicitó un viaje a la tierra de Jesús y durante su estancia en Belén, centrada fundamentalmente en el Antiguo Testamento, empezó a elaborar la traducción. También gracias a la generosidad de su dirigida Paula, dispuso de un equipo de copistas que facilitaron su labor intelectual, desde su retiro bethelemita.

Bien sabemos que las traducciones de la Biblia que existían en aquel tiempo (llamadas actualmente Vetus Latina) tenían muchas imperfecciones gramaticales y varias imprecisiones o traducciones no muy exactas. Ante ello, Jerónimo que escribía con elegancia el latín, tradujo a este idioma toda la Biblia, en la traducción llamada Vulgata (o traducción hecha para el pueblo o vulgo). Aunque no fue designada como oficial de facto, lo fue durante quince siglos. Por otra parte, el papa Dámaso I en el Concilio de Roma (año 382), expidió un decreto apropiadamente llamado Decreto de Dámaso, en el que se registraba un listado de los libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento. De ese modo le pidió a Jerónimo utilizar éste canon y escribir una nueva traducción de la Biblia que incluyera un Antiguo Testamento de cuarenta y seis libros, los cuales estaban todos en la Septuaginta, y el Nuevo Testamento con sus veintisiete libros. Pero veamos como empieza esta labor.

Fue en el año 390 en que Jerónimo inició su tarea colosal de traducir directamente del hebreo los libros del Antiguo Testamento para responder a los judíos que, en sus disputas con los cristianos, repetían incansablemente que los argumentos teológicos, basados en los textos griegos y latinos, no tenían valor porque no respondían al texto original de las Escrituras hebreas, y también, para ofrecer a los cristianos el genuino y auténtico sentido de la Biblia. Jerónimo con su espíritu rebelde aún, no siguió el orden del texto, sino que se atuvo a los deseos de sus amigos que le pedían la traducción de un libro u otro de la Sagrada Escritura. Su traducción buscaba más la comprensión del lector, que una estricta literalidad. Así, tradujo los dos libros de Samuel y los dos de Reyes, en los años 390-391. Durante este tiempo, también tradujo el libro de Tobías del arameo al latín en un sólo día. Entre el año 391 y 392, tradujo los libros de los Profetas, y las partes deuterocanónicas del Libro de Daniel, éstas últimas de la versión griega de Teodocio. Terminó la traducción del libro de Job en el año 393 e hizo, entre los años 394-395, la traducción de los libros de Esdras y Nehemías, llevando a término la traducción directa del Salterio hebraico, aunque este Salterio (por alguna razón desconocida) nunca fue utilizado por la Iglesia en las funciones litúrgicas.

A su vez tradujo el libro 1.º y 2.º de Paralipómenos; y los tres libros de Salomón (Proverbios, Eclesiastés y Cantar de los Cantares, en el año 397). Empeñó la traducción del Pentateuco entre los años 398-404, terminando este trabajo posteriormente, así como los libros de Josué, Jueces, Ruth y Esther. El libro de Judith lo tradujo del arameo en una sola noche. Los Deuterocanónicos de Baruc, Eclesiástico, Sabiduría y 1.º y 2.º de Macabeos no los tradujo, por no hallarse incluidos en el canon hebreo. Con todo esto queda claro que San Jerónimo fue el traductor del texto de la Vulgata y actualmente se posee una gran parte del Antiguo y del Nuevo Testamento dejado por él.

Pero la labor intelectual y doctrinal de San Jerónimo no se agotó en las traducciones de los libros de la Sagrada Escritura. Además de otras obras de carácter ascético, histórico, hegiográfico o doctrinal, hizo comentarios bíblicos, tanto por escrito como en forma de homilías o sermones, aparte de su riquísimo y profundo epistolario, en donde podemos percatarnos, que en algunas de sus cartas contienen “trabajos monográficos” sobre cuestiones bíblicas (así, en su Carta del año 397, escrita en Belén y dirigida a la virgen Principia, desarrolla un comentario del Salmo 44; en su carta escrita a San Paulino de Nola, también desde Belén por los años 395-396, describe las características principales de los Libros Santos y en una carta posterior escrita en la primavera del año 398, diserta sobre la persona de Melquisedec).

Terminando de realizar el trabajo de traductor bíblico y habiendo efectuado también algunos otros escritos, Jerónimo muere el 30 de setiembre del año 420, a la edad de 80 años.

1 Sinopsis biográfica

San Jerónimo emerge a través de los siglos, como uno de los grandes Padres de Occidente, con su impresionante cultura sagrada y profana, su inmensa erudición, su capacidad de poliglota, su tenacidad y entrega al estudio y al trabajo de traductor, su devoción a las Sagradas Escrituras, su espíritu ascético y contemplativo, su inquebrantable ansia de verdad, su defensa de la virginidad y su amor a la Iglesia y a Jesucristo que lo llevó a la santidad, pues a pesar de su temperamento colérico y polémico.

Una fuerte voluntad y una gran determinación, eran también parte de las cualidades que poseía Jerónimo y escribía contra las diferentes herejías. La Iglesia católica ha reconocido siempre a San Jerónimo como un hombre elegido por Dios para explicar y hacer entender mejor la Biblia, por lo que fue nombrado patrono de todos los que en el mundo se dedican a hacer entender la Biblia; por extensión, se lo considera como el Príncipe de los traductores, el Doctor de las Sagradas Escrituras y el Santo Patrono de los Traductores.

La traducción al latín de la Biblia hecha por Jerónimo, llamada la Vulgata (de vulgata editio, "edición para el pueblo"), ha sido hasta la promulgación de la Neovulgata en 1979, el texto bíblico oficial de la Iglesia católica romana.

Actualmente es considerado el mejor traductor e interprete del latín en el mundo.

2 Obras de Jerónimo

Entre sus obras más conocidas encontramos sus cartas y sus famosos comentarios bíblicos. Entre sus obras de origen apologético se pueden mencionar:

· La Perpetua Virginidad de María · Carta para Pamachio en contra de Juan de Jerusalem · Diálogo/Carta contra los Luciferianos · Diálogo/Carta contra Joviniano · Diálogo/Carta contra Vigilantio · Diálogo/Carta contra Pelagiano, entre otras cartas que dejó.

En la carta a Joviniano, San Jerónimo explica el porqué no se debe comer carne:

“El placer por la carne era desconocido hasta el diluvio universal; pero desde el diluvio se nos han embutido las fibras y los jugos pestilentes de la carne animal… Jesucristo que apareció cuando se cumplió el tiempo, volvió a unir el final con el principio, de manera que ya no nos está permitido comer más carne (...) Y por eso os digo, si queréis ser perfectos, entonces es conveniente no comer carne”. (Adversus Jovinanum 1,30)

Diario de Efraín
Escrito por: David E. Misari Torpoco

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