sábado, 28 de mayo de 2016

Anna Gibbor

Mirar el cielo gris y pensar que no encontraría luz,
hizo que me refugie una vez más en mi soledad.
Y aunque tuve que encerrarme en mi cueva por algún tiempo,
decidí una vez más salir y llevar mi mensaje.

Ahora la sonrisa de la mona lisa, anuncia el principio de mi ocaso,
un devenir que aunque no sea próspero,
está lleno de reflexión, actitud y cambio,
¿pero qué cambio produjo? Ahora la soledad abrió esa puerta.

Grande es el camino que conduce a la perdición,
y corto el camino que nos lleva al amor.
El amor ¡Oh, el amor! ¿Quién puede definir lo indefinible?
¿Quién puede definir algo tan sublime como el amor?

Durante mucho tiempo medité y reflexioné sobre el amor,
y aunque la mayoría de mis pensamientos identificaron al amor
como alegría, gozo y emoción fuerte, también lo identificaron
como dolor, sufrimiento y muerte.

Antiguas costumbres sostuvieron que el amor es muerte,
pero eso ¡No me importa!
Porque si el amor implica el dolor o la muerte,
seré feliz ahogándome en ese inmenso mar de la dulce agonía.

Las horas pasan y se acortan los días,
el tiempo siempre tan embustero y relativo,
pero yo, con la mirada gacha sigo mi camino,
sin saber la hermosa sorpresa que me traería el destino.

Ella apareció con su encanto y rodeada de luz,
con unos ojos de felina y con finos cristales, transmite una mirada sencilla.
Ella apareció y no para caminar atrás o delante mío,
sino a mi costado, porque no es inferior a mi, ni yo, superior a ella.

No hay nada de malo en que un viejo lobo solitario
camine ahora bien acompañado,
pues quien diga que al ser dos, la libertad se acabó,
no sabe lo que dice, pues vive equivocado.

Ahora comprobé, que es falso aquello de "buscad y hallaréis"
porque yo, sin buscarla, la hallé y ella también me encontró,
pues como dos felinos andantes nos haremos compañía,
y ni siquiera los dioses, podrán apartarnos vida mía.

Escrito por: David E. Misari Torpoco.
Dedicado a Anna Gibbor
Mayo 2016.

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