Safo de Mitilene (Safo de Lesbos), fue considerada una de las primeras mujeres en expresar su libertad de expresión y a su vez su amor por las mujeres.
La poetisa griega vivió aproximadamente por los años 600 a.C. en la isla de Lesbos y desde ahí, dio al mundo verdadera poesía. Aunque resulte posible que las inspiraciones poéticas de Safo, como las de Alceo se encuentren en las canciones folklóricas de la época, pero cabe resaltar que la obra de estos poetas no es coral y ni siquiera popular. Sus poemas fueron escritos para ser cantados por sus amigos. Sabemos que esto nace por motivos locales y personales, los cuales trascendieron en un todo por el genio poético que les otorgó valor - de carácter - universal. En Safo, podemos apreciar claramente como se mezclan la sensibilidad y la pasión en un arte consumado.
Si analizamos el contenido poético de los poemas de Safo, nos podemos dar cuenta que el lenguaje empleado por ella, tiene la sencillez de un coloquio diario, exaltada y exacerbado a un temperamento sublime y expresivo. Quizá apenas uso por ahí, alguna palabra que no proceda de su habla vernácula, pero luego, toda palabra empleada tuvo una rigurosidad impecable en las frases (versos) que construyó siempre con un tino sutil.
Para Safo, el arte métrico no tiene, ni esconde secretos. Si uno lee con detenimiento, encontrará en cada estrofa, en cada verso, un vehículo ajustado, dócil y de uso apropiado en su contenido. Es como si las palabras que empleara la poetisa, cayeran bajo su propio peso y sin esfuerzo alguno.
Es por esto, que la poetisa representa el mejor estilo en la métrica poética, pues reúne los elementos intocables e insustituibles que cada verso requiere. Ni más, ni menos.
Por otra parte, Safo vivió dentro de un clima femenino, en la cual no se consentían artificios, ni convenciones. Aquí las mujeres eran libres y fue precisamente a muchas de sus amigas en su vida, a las que consagra varios de sus poemas, pues como sintió una profunda pasión en cada verso escrito, sus poemas parecen haber recorrido y trastocado el corazón de muchas con apasionados latidos. Sin embargo, su nombre fue manchado por la maligna imaginación alejandrina y romana, la cual desvirtuó en cierta manera, su extremada ternura.
Pero a pesar de todo esto, quien lee su poesía, puede estar plenamente convencido que lo que inspiró a Safo profundamente fue el verdadero amor. Precisamente, es en sus versos donde gritan las congojas de la pasión desairada, el dolor de la separación, la ruptura, el recuerdo de los amores pasados y la impotencia de no poder vivirlos nuevamente; todos estos tópicos eternos son expresados con la pluma de un corazón profundamente enamorado y sincero, dejando de lado las ociosas y ambiguas metáforas.
Sus versos hablan por sí solos con una elocuencia que ni el mismo Cicerón superaría, pues en los pocos fragmentos que nos queda de la poetisa, podemos percibir estrofas palpitantes de vida. No existe algún alma que pueda quitar, ni añadir algo cuando ella exclama:
“Yo te amaba, Atis, una vez, hace mucho tiempo”
Ó cuando recitaba;
“Tuve entre mis brazos a una criatura deliciosa, más linda que las doradas flores, Cleis, mi adoración”
Cuando uno sigue revisando los poemas de Safo, encontrará que son los poemas mayores los que recorren las notas más intensas de su vida emocional. La poetisa ruega a la diosa Afrodita que cumpla sus promesas y la desate de las duras cadenas del anhelo que siente en su corazón por no estar con el ser amado. Y es ahí donde confiesa que ante la presencia del ser amado, su pecho enmudece, sus ojos se empañan y le zumban los oídos, evocando de esta manera el cariño ausente:
“Tanto superas a las mujeres de Lidia, cuanto tras la puesta del Sol, la luna de rosados dedos supera a las estrellas, el rocío derrama entonces sus alivios y florecen la rosa, la blanda hierba y el trébol retoñado”
En otras palabras, Safo recuerda el olvido de los favores que no le fueron cumplidos por la diosa Afrodita y a su vez trata que disfrutó un tiempo de un mutuo encanto. Pero cabe aclarar que no siempre se retuerce por las pasiones, pues ella misma es capaz de los deleites más serenos en donde se complace en el canturrear del agua entre los manzanos, la luna llena que resplandece, la estrella de la tarde que invita el regreso de los ganados y devuelve el seno maternal al cabrillo y al niño. A su vez, ella se burla de manera donosa de una mujer necia que parece revolotear a ciegas entre los espectros insustanciales, incapaz de cortar la rosa en el jardín de las Piérides. Y a su vez, celebra con delicado acento las gracias de la novia:
“Dulce manzana que se ruboriza prendida en lo más alto de la rama, donde tal vez la mano la descuida o no la olvida, no, que no la alcanza”
Este canto fluye espontáneamente como el agua de un manantial a través de sus versos. Pero Safo, no solo sabe cantar, sino que maneja sus recursos con perfecta maestría y elegancia, haciendo de las profundas pasiones: música. Ella ataca y vence las más difíciles y arduas empresas poéticas, donde solo han logrado éxito los más altos, y acierta en llegar a la perfección poética, en cuanto pasa por su ser esos instantes supremos de concentración e inexplicable arrebato que solo un poeta sabe lo que se siente, luego de escribir, recitar o cantar, lo que una esencia divina le ha inspirado.
Su amigo Alceo describe a Safo como “La mujer de los cabellos violeta, la sagrada, la de la dulce sonrisa”, mientras que Platón la consideró la décima musa. Hablar de su muerte, no cabe en este ensayo, pues eso se lo dejo a los historiadores. Sin embargo, es menester recordar que para el Doctor Pablo de Ballesteros, Safo fue la mujer más importante de Occidente Antiguo, no solo por ser una gran poetisa y ser la creadora de la poesía lírica, sino porque fue una mujer osada que sabía expresar lo que sentía sin tapujos, ni miedo a los “qué dirán” y sobre todo, porque fue una de las primeras mujeres que vivió en carne propia la libertad de expresión.
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