Cierto día, Efrén se encontró reunido con un séquito de mujeres que se habían acercado a donde estaba él para escuchar una buena nueva. Los discípulos de Efrén empezaron a repartir frutas y verduras a las mujeres para que coman o se llevaran a casa y puedan alimentar a los suyos. Efren, quien estaba sentado se puso en pie y dijo así:
«Vosotras reciben de mis discípulos el alimento material pero os vengo a ofrecerles un alimento racional. Dejadme pues compartir el porqué amo a la mujer.
I. Amo a la mujer que piensa y razona antes de tomar decisiones apresuradas.
II. Amo a la mujer que estudia, porque ella se prepara y se forja un futuro.
III. Amo a la mujer que lee, porque ella no quiere vivir bajo la sombra de la ignorancia.
IV. Amo a la mujer que ama el arte, porque no hay mejor arte que el cuerpo de una mujer en medio de la naturaleza.
V. Amo a la mujer que emprende algún negocio en la vida, porque ella se forja a sí misma y no está acostumbrada a recibir nada de nadie.
VI. Amo a la mujer que ama su libertad e independencia, porque ella sabrá vencer toda dificultad y adversidad que el destino le ponga en frente.
VII. Amo a la mujer que no depende de un varón para surgir en la vida, porque ella sabrá salir adelante siempre que se lo proponga.
VIII. Amo a la mujer que ama la naturaleza, porque ella sabrá amar a los animales y a las plantas.
IX. Amo a la mujer que da a luz a un nuevo ser, porque venimos de una mujer y debemos estar agradecidos a ella por nuestra existencia».
Y una vez que dijo estas palabras, las mujeres de aquel lugar agradecieron a Efrén por su tiempo y por compartir su mensaje. Algunas no querían que se retire, pero él y sus discípulos tenían que partir a llevar su mensaje a otros pueblos.
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Escrito por: David Misari Torpoco
octubre 2020.
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