miércoles, 9 de diciembre de 2020

Cadaver animatum

 

Eunice Gonzáles era una joven psicóloga que trabajaba en el Policlínico Arriaga desde hace dos años. Era un martes cualquiera y rápidamente se alistó para ir a su trabajo. Una vez que llegó y entró a su consultorio, su colega, el doctor Muñoz, le dijo que afuera está sentada una madre con su hijo, un adolescente que tiene la mirada perdida y no quiere hablar con nadie, prácticamente la madre lo trajo a la fuerza. Eunice miró a su colega y le dijo: «Si tú no quieres tratar al joven, yo me encargo» a lo que el colega solo le dijo: «¿Estás segura? En ese caso, suerte, Eunice».


Diez minutos después, la madre ingresa con su hijo, saluda a la doctora y ella, luego de corresponder el saludo, les dice que tomen asiento. Rápidamente, ingresa una señorita y le entrega a la Dra. Eunice tres papeles. La Dra. Eunice revisa los papeles, pero solo lee el primero. Se trataba del historial clínico del joven, a lo que ella dice:


—Veamos, tu nombre es Dartco. Dime, Dartco ¿es cierto que no puedes dormir ni comer?

—Mi hijo no quiere hablar con nadie, doctora —contesta la madre.

—Señora, disculpe pero le estoy preguntando a su hijo, más bien, le pediría que si pudiera lo espere afuera, quisiera conversar a solas con él —dijo la doctora.

—Es que si hago eso... él... —dijo la madre algo nerviosa.

—Señora, por favor, déjeme a solas con su hijo.


La madre soltó la mano del joven y Dartco no hizo ni dijo nada. Una vez que salió la madre, la Dra. Eunice le vuelve a preguntar:


—¿Es cierto que no puedes dormir bien ni comer?, ¿por qué?


Dartco, quien tenía la cabeza agachada y tapada por su cabello lacio y largo, empieza a elevarla poco a poco hasta mirar fijamente a los ojos de la doctora. En ese momento, luego de haber permanecido aproximadamente diez minutos en silencio, Dartco empieza a hablar:


—Estoy muerto.

—¿Qué dices? —pregunta la doctora algo sorprendida.

—Usted está hablando con un cadáver. Yo estoy y no estoy aquí —responde Dartco.

—Disculpa, no te entiendo... tú estás acá y estoy observándote, Dartco —le dice la doctora de manera seria.

—¿No entiende que estoy muerto? Mis órganos están podridos por dentro y por eso tengo un aliento nauseabundo. ¿Sabe que fue lo último que comí hace tres días?

—¿Qué cosa?

—Mi excremento.

—¡¿Qué dices?!

—Su sabor es agradable, entre ácido al principio y después amargo —dijo Dartco con una mirada siniestra.


En ese momento, la Dra. Eunice sintió náuseas, pues no podía creer lo que escuchaba por parte de aquel joven delgado con la mirada perdida y el cabello largo. De pronto, Dartco saca de su chaqueta de cuero una pequeña bolsa transparente manchada con sangre y le dice a la doctora:


—Aquí tengo una parte del cerebro de un ratón que atrapé hace dos días. Lo hice porque como no tengo cerebro tuve que comer el de esa pequeña criatura y créame que su sabor es delicioso, ¿usted gusta? Ja, ja, ja, ja, ja, ja —dijo Dartco y abrió la bolsita entre risas para mostrarle la mitad del cerebro ensangrentado del ratón.


La doctora se llevó la mano a la boca y las náuseas se hicieron más fuertes. En eso, ingresa su colega, el Dr. Muñoz con dos enfermeros y ordena que saquen al joven de ahí y se lo lleven al consultorio psiquiátrico. Los enfermeros así lo hicieron, mientras el muchacho puso resistencia y empezaba a gritar: «¡Soy eterno, soy un dios y viviré eternamente! ¡Escuchen tristes almas mortales, palos y piedras podrán dañarme pero la muerte nunca podrá tocarme ja, ja, ja, ja, ja!». Al final, lograron llevárselo.


La doctora quedó muy asustada, pues a sus 27 años y en sus dos años de experiencia trabajando como psicóloga nunca había visto un caso tan extraño como el que presenció aquella mañana. El doctor Muñoz se acercó a ella, la abrazó, la calmó y le dijo que se sentara. Ella así lo hizo. Muñoz se acercó a la puerta y le puso seguro. Entonces, se acercó a ella, se sentó a su lado y dijo:


—Ese joven sufre de una enfermedad llamada 'Cotard'.

—¿Cotard?

—No me digas que no has estudiado sobre ese síndrome en tu universidad.

—Estudié muchas cosas, pero no llegué a profundizar en esa enfermedad.

—No te preocupes, te lo recordaré. Las personas que padecen de este síndrome piensan que sus órganos están muertos o paralizados. Piensan o creen que no tienen corazón ni sangre ni cerebro... nada, pero también conciben la idea que se están pudriendo por dentro y sienten olores desagradables que emana de ellos. Este joven, Dartco niega su existencia, piensa que no existe y tiene la firme convicción que al no existir en este mundo, pero al «estar aquí» es eterno o inmortal, a eso súmale sus delirios hipocondríacos.

—¡Ya recuerdo el síndrome de Cotard! Le pusieron ese nombre en honor al doctor Jules Cotard que descubrió este síndrome en 1880, ¿cierto?

—Muy bien, entonces ¿ya lo tienes?


Y cuando la doctora iba a responder, una enfermera muy asustada, entre gritos y llanto toca muy fuerte la puerta. El doctor Muñoz abre y la enfermera con lágrimas en el rostro y con voz desesperada empieza a decir que el joven acaba de matar al psiquiatra Jimenez con un cuchillo y con el mismo objeto le 'abrió' la cabeza y extrajo el cerebro, luego, con las manos ensangrentadas vio la ventana abierta y dio un salto endemoniado para escapar a toda prisa. Los doctores Muñoz y Eunice no podían creer lo que estaba pasando y fueron rápidamente a donde se encontraba el cuerpo del doctor Jimenez.


La enfermera se quedó ahí y revisó la historia clínica del joven y cuando leyó la tercera hoja se quedó más asustada de lo que ya estaba. Aquellas últimas lineas decían lo siguiente: «Aunque el síndrome de Cotard está asociada en pacientes que muestran demencia, esquizofrenia o esclerósis múltiple, lo más triste y lamentable de esta enfermedad es que tarde o temprano una persona totalmente sana de la noche a la mañana podría experimentarla. En otras palabras, esta enfermedad puede aparecer sin causa alguna y nadie está libre de ella».


Fin

Escrito por: David Efraín Misari Torpoco
8 de diciembre de 2020



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