Eunice Gonzáles era una
joven psicóloga que trabajaba en el Policlínico Arriaga desde hace dos años.
Era un martes cualquiera y rápidamente se alistó para ir a su trabajo. Una vez
que llegó y entró a su consultorio, su colega, el doctor Muñoz, le dijo que
afuera está sentada una madre con su hijo, un adolescente que tiene la mirada
perdida y no quiere hablar con nadie, prácticamente la madre lo trajo a la
fuerza. Eunice miró a su colega y le dijo: «Si tú no quieres tratar al joven,
yo me encargo» a lo que el colega solo le dijo: «¿Estás segura? En ese caso,
suerte, Eunice».
Diez minutos después, la
madre ingresa con su hijo, saluda a la doctora y ella, luego de corresponder el
saludo, les dice que tomen asiento. Rápidamente, ingresa una señorita y le
entrega a la Dra. Eunice tres papeles. La Dra. Eunice revisa los papeles, pero
solo lee el primero. Se trataba del historial clínico del joven, a lo que ella
dice:
—Veamos,
tu nombre es Dartco. Dime, Dartco ¿es cierto que no puedes dormir ni comer?
—Mi
hijo no quiere hablar con nadie, doctora —contesta la madre.
—Señora,
disculpe pero le estoy preguntando a su hijo, más bien, le pediría que si
pudiera lo espere afuera, quisiera conversar a solas con él —dijo la doctora.
—Es
que si hago eso... él... —dijo la madre algo nerviosa.
—Señora, por favor,
déjeme a solas con su hijo.
La madre soltó la
mano del joven y Dartco no hizo ni dijo nada. Una vez que salió la madre, la
Dra. Eunice le vuelve a preguntar:
—¿Es cierto que no
puedes dormir bien ni comer?, ¿por qué?
Dartco, quien tenía la
cabeza agachada y tapada por su cabello lacio y largo, empieza a elevarla poco
a poco hasta mirar fijamente a los ojos de la doctora. En ese momento, luego de
haber permanecido aproximadamente diez minutos en silencio, Dartco empieza a
hablar:
—Estoy
muerto.
—¿Qué
dices? —pregunta la doctora algo sorprendida.
—Usted
está hablando con un cadáver. Yo estoy y no estoy aquí —responde Dartco.
—Disculpa,
no te entiendo... tú estás acá y estoy observándote, Dartco —le dice la doctora
de manera seria.
—¿No
entiende que estoy muerto? Mis órganos están podridos por dentro y por eso
tengo un aliento nauseabundo. ¿Sabe que fue lo último que comí hace tres días?
—¿Qué
cosa?
—Mi
excremento.
—¡¿Qué
dices?!
—Su sabor es agradable, entre ácido al principio y después amargo —dijo Dartco con una mirada siniestra.
En ese momento, la Dra.
Eunice sintió náuseas, pues no podía creer lo que escuchaba por parte de aquel
joven delgado con la mirada perdida y el cabello largo. De pronto, Dartco saca
de su chaqueta de cuero una pequeña bolsa transparente manchada con sangre y le
dice a la doctora:
—Aquí tengo una parte del
cerebro de un ratón que atrapé hace dos días. Lo hice porque como no tengo
cerebro tuve que comer el de esa pequeña criatura y créame que su sabor es
delicioso, ¿usted gusta? Ja, ja, ja, ja, ja, ja —dijo Dartco y abrió la bolsita
entre risas para mostrarle la mitad del cerebro ensangrentado del ratón.
La doctora se llevó la
mano a la boca y las náuseas se hicieron más fuertes. En eso, ingresa su
colega, el Dr. Muñoz con dos enfermeros y ordena que saquen al joven de ahí y se
lo lleven al consultorio psiquiátrico. Los enfermeros así lo hicieron, mientras
el muchacho puso resistencia y empezaba a gritar: «¡Soy eterno, soy un dios y
viviré eternamente! ¡Escuchen tristes almas mortales, palos y piedras podrán
dañarme pero la muerte nunca podrá tocarme ja, ja, ja, ja, ja!». Al final,
lograron llevárselo.
La doctora quedó muy
asustada, pues a sus 27 años y en sus dos años de experiencia trabajando como
psicóloga nunca había visto un caso tan extraño como el que presenció aquella
mañana. El doctor Muñoz se acercó a ella, la abrazó, la calmó y le dijo que se
sentara. Ella así lo hizo. Muñoz se acercó a la puerta y le puso seguro.
Entonces, se acercó a ella, se sentó a su lado y dijo:
—Ese
joven sufre de una enfermedad llamada 'Cotard'.
—¿Cotard?
—No
me digas que no has estudiado sobre ese síndrome en tu universidad.
—Estudié
muchas cosas, pero no llegué a profundizar en esa enfermedad.
—No
te preocupes, te lo recordaré. Las personas que padecen de este síndrome
piensan que sus órganos están muertos o paralizados. Piensan o creen que no
tienen corazón ni sangre ni cerebro... nada, pero también conciben la idea que
se están pudriendo por dentro y sienten olores desagradables que emana de
ellos. Este joven, Dartco niega su existencia, piensa que no existe y tiene la
firme convicción que al no existir en este mundo, pero al «estar aquí» es
eterno o inmortal, a eso súmale sus delirios hipocondríacos.
—¡Ya
recuerdo el síndrome de Cotard! Le pusieron ese nombre en honor al doctor Jules
Cotard que descubrió este síndrome en 1880, ¿cierto?
—Muy bien, entonces ¿ya lo tienes?
Y cuando la doctora iba a
responder, una enfermera muy asustada, entre gritos y llanto toca muy fuerte la
puerta. El doctor Muñoz abre y la enfermera con lágrimas en el rostro y con voz
desesperada empieza a decir que el joven acaba de matar al psiquiatra Jimenez
con un cuchillo y con el mismo objeto le 'abrió' la cabeza y extrajo el
cerebro, luego, con las manos ensangrentadas vio la ventana abierta y dio un
salto endemoniado para escapar a toda prisa. Los doctores Muñoz y Eunice no
podían creer lo que estaba pasando y fueron rápidamente a donde se encontraba
el cuerpo del doctor Jimenez.
La enfermera se quedó ahí
y revisó la historia clínica del joven y cuando leyó la tercera hoja se quedó
más asustada de lo que ya estaba. Aquellas últimas lineas decían lo siguiente:
«Aunque el síndrome de Cotard está asociada en pacientes que muestran demencia,
esquizofrenia o esclerósis múltiple, lo más triste y lamentable de esta
enfermedad es que tarde o temprano una persona totalmente sana de la noche a la
mañana podría experimentarla. En otras palabras, esta enfermedad puede aparecer
sin causa alguna y nadie está libre de ella».
Fin
Escrito por: David Efraín Misari Torpoco
8 de diciembre de 2020
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