sábado, 15 de enero de 2022

El verdugo

Hace un día, envié al infierno a un abogado croata que, para ser sincero, no tuvo que morir, ya que ese tipo, por todo lo que dijo en esa silla... tuvo y tiene razón. Es realmente irónica la vida, pues di muerte a un servidor de la justicia. En fin, si yo hubiera sido el juez que lo condenó, lo hubiera dejado libre, pero bueno, aquí yo solo obedezco órdenes de mis superiores, pues al fin y al cabo, vivo tranquilo con el sueldo que percibo, además, invierto ese dinero en algo útil. Ahora debo cambiarme y tomar el taxi hasta allá. 

Bien, me encuentro aquí sentado en el taxi y miro como las personas caminan todos los días por aquí y por allá, algunos caminan hacia sus hogares y otros, sin rumbo alguno. Aún así, esta pestilente vida se nos acorta a todos diariamente y no podemos hacer nada para detener el tiempo. Es curioso, pero ahora que hablo del tiempo, recuerdo que cuando era niño, a mis ocho años más o menos, mi profesora preguntó a cada uno de mis compañeros en el salón de clase lo siguiente: ¿Qué te gustaría ser cuando seas grande? Luego de escucharla, cada uno respondía lo que anhelaba ser, pues uno decía que quería ser médico, otro ingeniero, una compañera quería ser actriz de televisión, otro dijo profesor y así, los demás iban diciendo lo que querían ser. Cuando me tocó responder, yo fui claro y le dije  que quería ser «verdugo», lo que ahora soy. Me causó gracia ver la expresión que puso mi profesora en el salón, pues muy asombrada o asustada me miró con sus hermosos ojos grandes y preguntó: «¿Verdugo? ¿Por qué quieres ser eso?». 

Le conté que en uno de los libros de mi padre sobre las muertes más horrendas y macabras del mundo, leí que en los EE. UU. los verdugos eran personas que cada día tienen que matar a alguien o para decirlo en cristiano «ejecutar a quien está condenado bajo pena de muerte», comentándole que debe ser agradable bajar la palanca de la silla eléctrica todos los días y disfrutar viendo como se electrocuta, aquel maldito o desgraciado que cometió algún acto sumamente ilícito. Aún así, la profesora siguió sorprendida por lo sincero y directo de mis palabras, pero noté que se asustó y mis compañeros que aún eran niños como yo, no entendieron muy bien, creo.

Ahora que me veo y soy 'todo un hombre', como diría mi padre, trabajo como verdugo y en lo que va del mes, ya voy ejecutando a cinco malnacidos para la sociedad. Lo bueno de todo esto es que mi trabajo es francamente sencillo, no se necesita profesión alguna o instrucción superior para este noble oficio. Recuerdo que antes de esto me ganaba la vida como electricista y un día, por cosas de la vida, el padre de un amigo me comentó que requerían a una persona para el puesto de «verdugo», porque el que estaba cumpliendo esa labor, terminó loco o algo así. Recuerdo que me presenté para ese puesto, me hicieron una entrevista demasiada básica y cuando les comenté sobre mi desempeño como electricista, no lo pensaron dos veces y me dieron el trabajo.

Desde entonces, han pasado cinco años que vengo ejerciendo esta labor y no me quejo, pues durante estos años he bajado la maldita palanca (así le llamo yo a la llave esa) unas cuarenta veces aproximadamente. He visto tantas cabezas achicharrarse, a varios votar espuma por la boca, pero era interesante ver en algunos cuantos que las venas de los ojos les reventaban por la corriente eléctrica, pues literalmente, sus ojos estallaban con sangre. Sin embargo, también veo que algunos, poco antes de ser ejecutados, exclaman inútilmente piedad. Quizá esté mal de la cabeza, pero me divierte ver como varios son los que se orinan de miedo en aquella silla y algunos cuantos hasta llegaron a defecar, ¿no me crees? Créeme que sí, defecan algunos y sé esto porque una vez terminado todo, soy yo quien también debe quitarles las correas, cargar el cuerpo y alistarlo para que se lo lleven, pero mientras les quito las correas empiezo a oler a excremento y una vez que levanto el cuerpo ya imagínate lo que veo en la silla y en el pantalón de esos pobres ejecutados. 

Cuando la temporada es buena, puedo matar en la silla eléctrica mmm... entre tres a cuatro por mes. Tampoco se debe pensar que a diario mato a estas escorias humanas, aunque hubo una vez en que cada dos días durante un mes, maté a varios. ¡Sí, lo recuerdo! Fue una hermosa temporada en la que los policías a diario me traían arrastrando a los condenados, entre violadores, asesinos, depravados, psicópatas, en fin, he visto de todo pasar por esa hermosa silla y darles el último adiós. Aunque debo admitir que la única parte que me aburre y deberían eliminar es en la que el cura debe leer un pasaje de la Biblia al que va a morir. Aunque dos veces, aquellos curas fueron escupidos por los condenados, fue divertido ver eso. Me resulta gracioso aquel pasaje de la Biblia que dice «No matarás», digo esto, porque mi trabajo consiste precisamente en eso, matar, pues yo mato y me pagan por hacerlo, sin contar que me divierte hacerlo.
 En fin. 

Una de las partes que me agrada de mi trabajo es cuando se les pide que digan sus últimas palabras y créanme también que he escuchado de todo. Desde mentadas de madre, confesiones, meas culpas, llantos, palabras para sus familias y hasta vi a algunos que se reían como locos. Sé de esto, porque he anotado en mi pequeña agenda algunas de ellas, pero de muchas que escuché, me gustó más, las últimas palabras del que ejecuté hace dos meses, pues se trataba de un violador y asesino, quien mirando a todos dijo en voz alta: «Ustedes ahora me darán el paso a la inmortalidad y yo gustoso los estaré esperando al infierno, pues una vez que los vea ahí, en un par de años cuando sus mugrosos cuerpos dejen este mundo, los buscaré a cada uno de ustedes y los violaré ja, ja, ja, ja, ¡adiós miserables! los espero abajo». Luego de decir eso, solo dije: «¡Ya muérete!» y bajé la palanca.  

Tengo muchas anécdotas más que contar, pero acabo de llegar al paraíso, pues aquí, en esta feria de libros, compraré algunos textos que necesito para mi oscura biblioteca, además, no hay nada mejor que llegue quincena para recibir tu sueldo tras haber matado mensualmente a varios condenados. Como dije al comienzo, suelo gastar mi sueldo en algo útil y no hay nada más útil que invertir el dinero en libros. 

Cuento: El verdugo
Autor: David E. Misari Torpoco
15 de enero de 2022






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